"¿Te comiste una pelota?": la broma de un amigo que terminó revelando lo más terrible
Gabriela Araya tenía un bulto en el cuello que al principio pareció algo menor.
Gabriela Araya tenía un bulto en el cuello que al principio pareció algo menor. Pero detrás de ese síntoma se escondía un Linfoma de Hodgkin. Con fuerza y acompañada por su familia, logró vencer la enfermedad y hoy comparte su historia para inspirar a otros.
Lo que comenzó como una broma entre amigos terminó marcando un antes y un después en la vida de Gabriela Araya. En noviembre de 2012, luego de una reunión, notó un bulto en el cuello. Un compañero de trabajo, entre risas, le preguntó: "¿Te comiste una pelota de tenis?". Sin embargo, el comentario fue el primer indicio de una enfermedad que cambiaría su vida.
En su primera consulta médica, Gabriela recibió un diagnóstico confuso. "Me dijeron que podía ser algo viral, que se resolvería solo. Pero esa primera consulta fue fallida, porque algo no funcionó como debía y lo que estaba en juego era mi salud", recuerda.
Durante un tiempo, el bulto pareció desinflamarse y ella continuó con su vida normal. Pero al poco tiempo empezó a transpirar por las noches y a sentirse débil, síntomas que la llevaron nuevamente al médico.
"Si los médicos de mi obra social no me dicen qué es, voy a buscar otro que me lo diga", pensó. Con ayuda de sus padres, cambió de cobertura y acudió a un especialista. "El doctor me revisó y me preguntó si tenía el ganglio inflamado hacía más de seis meses. Le dije que sí, que hacía ocho. Me miró serio y me dijo: ‘Mirá, esto no es una gripe, esto va a llevar un tiempo'".
Aquellas palabras la dejaron paralizada. "Caminé 10 cuadras hasta mi casa, pero no sé cómo llegué. Mi mente no estaba ahí, no podía procesar lo que pasaba".
Después de varios estudios y una biopsia, recibió el diagnóstico: Linfoma de Hodgkin en estadio III, con ganglios comprometidos en el cuello y mediastino. "Cuando el cirujano mencionó ‘linfoma', me quedé en blanco. No escuché más nada. Mi mamá me hablaba, pero yo no entendía. Fue la primera vez que lloré".
A pesar del impacto, los médicos le dieron una buena noticia: el pronóstico era favorable. Comenzó un tratamiento con quimioterapia y radioterapia. "Cada quimio fue peor que la anterior. Ya estaba agotada. Le pedía fuerzas a mi hermano, que había fallecido años antes. Pero nunca dejé de creer que iba a salir adelante".
Durante ese proceso, su mamá fue su gran sostén. "Ella me acompañó a cada quimio, me sostenía la vía mientras vomitaba. Eso no se olvida jamás", dice. También la apoyaron su papá, su hermana y sus amigos, que se convirtieron en su refugio.
Al completar cuatro ciclos de quimioterapia, Gabriela recibió la noticia más esperada: estaba en remisión completa. "Le pedí a la hematóloga que me lo repitiera varias veces. Lloré, me abracé a mi mamá y festejamos. Había ganado la batalla".
En diciembre de 2013, Gabriela se consideró oficialmente curada. Desde entonces, su vida cambió por completo. "Descubrí una fortaleza que no sabía que tenía. Si pude con el cáncer, puedo con cualquier cosa. Aprendí a valorar lo simple, a agradecer y a vivir el hoy".
Hoy, Gabriela es docente y estudia Nutrición, una carrera que eligió inspirada por su experiencia. Además, acompaña a personas que atraviesan diagnósticos similares y comparte su mensaje de esperanza:
"No están solos. Busquen buena compañía, ríanse, hagan cosas que les gusten. El arte ayuda a sanar. Si pude yo, también pueden ustedes".
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