¿Cómo lo hizo?

La fuga imposible del Chapo Guzmán: "desapareció" de una celda de máxima seguridad

Todo quedó grabado, pero... ¿No pudieron prevenirlo?

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La fuga imposible del Chapo Guzmán: "desapareció" de una celda de máxima seguridad y todo quedó grabado.

Con un túnel de 1.500 metros, una moto subterránea y un plan de ingeniería digno de Hollywood, el líder del cártel de Sinaloa burló por segunda vez una cárcel de máxima seguridad mexicana. Diez años después, los detalles de su escape siguen generando asombro, sospechas y preguntas sin respuesta.

Se cambió los zapatos para ir a la ducha. Y desapareció detrás de una pared baja. Y ya no volvió a salir. Desapareció como si fuera un Houdini posmoderno y narco. Pasó el tiempo, a nadie le pareció rara la ausencia. 25 minutos después, cuando uno de los agentes de la sala de monitoreo del presidio comenzó a sospechar, ya era tarde. Muy tarde. Les había sacado la ventaja necesaria para que no pudieran volver a capturarlo. El Chapo Guzmán lo volvía a hacer: por segunda vez se escapaba de una cárcel de máxima seguridad mexicana.

Fue hace 10 años, el 11 de julio de 2015. El líder del cártel de Sinaloa estaba detenido a menos de 100 kilómetros de Ciudad de México; estaba recluido en el Centro Federal de Readaptación Sociasiil N° 1 Almoloya, más conocido como El Altiplano, el lugar del que parecía imposible fugarse. Pero el poder y el dinero, con frecuencia, consiguen lo impensado.

Fue un enorme escándalo, proporcional al entusiasmo que había puesto el gobierno de Enrique Peña Nieto para anunciar su detención menos de un año y medio antes. Parecía una situación más de la literatura que real. A medida que se fueron conociendo detalles de los preparativos, la sorpresa fue aumentando. También la indignación. El narcotráfico mostraba, una vez más, que podía erosionar cualquier estructura de poder.

Las cámaras de seguridad capturan los momentos previos dentro de la celda N° 20 del Pasillo II. El Chapo Guzmán está acostado en su cama, tapado con una frazada, mira un programa en una televisión diminuta. La celda no tiene ningún lujo ni comodidad. Es pequeña y despojada. Al lado de la cama hay una letrina y pegada a ella una pared baja -de alrededor un metro de altura- en la que está la ducha. Detrás de ese muro está el único punto ciego para las cámaras de seguridad: obliga a que el recluso se arrodille o se acuclille para que deje de ser visto. El Chapo saca un brazo de la manta y toca la pantalla. Detiene el zapping cuando encuentra un programa que lo entretiene. Mira unos minutos más. Cada tanto levanta el cuello y mira hacia donde están los sanitarios.

El video de seguridad tiene audio. Y de pronto se escucha un golpeteo lejano, como si alguien estuviera martillando. Uno, dos, tres, cuatro golpes y el silencio. Pero ese ruido vuelve en tres ocasiones más en los siguientes cinco minutos; ya no es asordinado, parece aproximarse. Guzman se levanta, estira la manta hasta tapar la almohada, como si hiciera la cama con desgano, y se para de costado en la letrina. Orina. La cabeza la tiene girada hacia la ducha. Vuelve a la cama. Se sienta en ella y al rato vuelve a levantarse, va hacia la ducha, observa el piso unos pocos segundos, regresa sobre sus pasos, se cambia los zapatos y una vez más regresa a la ducha. Se escucha un ruido y una voz que parece llamarlo. De a poco desaparece de la cámara. Y ya no se lo ve más.

"El Chapo" Guzmán es considerado uno de los presos más peligrosos del mundo. 

La filmación que poco después se dio a conocer en los noticieros mexicanos está editada en paralelo con la que registra lo que sucede en el centro de monitoreo de la cárcel. Ahí hay tranquilidad. Ninguno de los oficiales parece alarmado, uno está a punto de dormirse. A ninguno le parecen sospechosos los movimientos del preso más célebre y peligroso de toda la cárcel. Ninguno, tampoco, escucha esa especie de martillazos que se repitieron en muchas ocasiones. Recién 25 minutos después, uno de los oficiales nota algo raro y llama a un compañero, juntos inspeccionan la pantalla y mandan a alguien a supervisar la habitación.

El guardiacárcel lo llama por su doble apellido "Guzmán Loera". En la voz hay recato y cierto temor. No entra a la celda, sigue llamándolo desde afuera, desde el pasillo. Un rato después, otro guardiacárcel lo llama de nuevo. Esta vez le dice, con preocupación y sumisión en la voz: "Don Joaquín, Don Joaquín ¿Don Joaquín?".

Hasta que uno de los supervisores ingresa (hay una especie de antesala rectangular completamente enrejada que la separa del pasillo y le permite ver el breve calabozo) y descubre que el prisionero no está y que en el piso de la ducha hay un agujero cuadrado de cincuenta centímetros por lado.

El Chapo lo hizo de nuevo

Después ingresan otros funcionarios y guardiacárceles a la celda despoblada. Uno de ellos se mete por el agujero. Se escuchan golpes. Para hacer más lenta la persecución habían fijado una placa que tardaron en sacar.

El Chapo Guzmán se había fugado en enero del 2001 de la cárcel de Puente Grande en Jalisco, donde había sido derivado desde El Altiplano. Ese escape fue más artesanal y había necesitado una cadena enorme y evidente de complicidades. Se escondió en un carro de ropa y entre sábanas y toallas sucias salió a la libertad.

Fueron trece años en libertad en los que aumentó su dominio del narcotráfico y multiplicó el terror y su fortuna. Desde 2009 la revista Forbes lo ponía en su lista de los 100 hombres más ricos del mundo. Llegaron a calcular su fortuna en más de 1.000 millones de dólares.

El 22 de febrero de 2014 fue detenido en Mazatlán. Parecía su final. El Altiplano fue su destino evidente. Hasta ese 11 de julio la cárcel del Altiplano parecía inexpugnable. Nunca un preso se había fugado de allí. El Chapo fue el primero, detalla TN.

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