Vidas al límite

Dani La Muerte: de custodiar estrellas a sobrevivir nueve balazos

A punto de cumplir 64 años, el guardaespaldas más famoso del país repasa una vida marcada por la lealtad, las ausencias y la violencia.

QPJ JUJUY

Daniel Horacio Díaz León, más conocido como Dani La Muerte, carga con un nombre que parece inventado para una película. Pero su vida, lejos de la ficción, se escribió entre disparos, viajes intempestivos y noches en vela al lado de celebridades internacionales y locales.

Su carrera comenzó sin manual ni academia: fue el destino el que lo llevó a convertirse en guardaespaldas de Mickey Rourke, Johnny Depp, Claudia Schiffer, Susana Giménez, Marcelo Tinelli y Ricardo Fort, entre muchos otros. A cada paso, Dani repite la misma máxima: "No soy matón, soy guardaespaldas".

En su casa de San Isidro conviven cuchillos afilados, fotos con famosos y el recuerdo de una infancia marcada por la carencia. La figura de su abuela, que se privaba de comer para alimentar a sus nietos, es todavía hoy su brújula moral.

Su trabajo lo enfrentó a lo mejor y lo peor de la fama. Con Mickey Rourke aprendió que el dinero no compra la paz, y con Ricardo Fort conoció el vértigo de un reality permanente: tres años sin descanso, aviones improvisados a Miami y miles de fans desbordando restaurantes.

Pero la vida al filo tuvo su precio. En 2016, un ataque a tiros en Luján lo dejó al borde de la muerte: recibió nueve disparos y los médicos apenas le dieron "cuatro horas de vida". Sobrevivió, y volvió al ruedo con bastón incluido. "Ese suceso no me cambió nada, al contrario", asegura.

Hoy, con casi 64 años, se define como un hombre solo, padre presente y guerrero de la vieja escuela. En la calle lo saludan como a un héroe popular, aunque él insiste en que su mayor capital es la lealtad, ese silencio profesional que nunca rompió, ni siquiera a cambio de dinero.

"La compañía es lo que me hace falta", reconoce. Entre recuerdos de Fort, Tinelli y Madonna, Dani La Muerte sigue caminando su barrio con Vito, su perro, convencido de que aún tiene muchos años por delante. "Pienso vivir hasta los 185", dice, mitad en broma, mitad en promesa.

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